martes, 8 de diciembre de 2009

Ágora, solvente reflexión sobre ciencia, amor y religión a través de la vida de Hypatia




Mucho ha sido el tiempo que Alejandro Amenábar se ha tomado tras su éxito Mar adentro. Tiempo dedicado para embarcarse en un nuevo y ambicioso proyecto. Nada de estancarse en un tipo de cine ya conocido, de no arriesgar y vivir de rentas. Muy al contrario, optó por cambiar radicalmente y crear una de romanos, terreno propicio para caer en un cine muy comercial  al que sin embargo decidió darle un punto de vista muy personal.

Así nace Ágora, la historia de la astrónoma egipcia Hypatia de Alejandría. Una científica adelantada a su tiempo, consagrada a la investigación y que tuvo que vivir en un mundo convulso, de disputas entre religiones, de fanatismos, un mundo cruel y despiadado en el que no cabía la ciencia y menos de la mano de una mujer. Amenábar reconstruye con mimo la Alejandría del siglo IV, aun nivel que no tiene nada que envidiar de las grandes producciones de Hollywood. Nos introduce en la vida diaria de Hypatia acercándonos a ese mundo tan lejano.

Uno de las carencias de Ágora es la transición entre las dos etapas de la vida de Hypatia, no está lograda del todo. Supone un cierto parón en la narración, que pierde ritmo e consistencia. A esto se suma que el guión es irregular en cuanto a intensidad, con algunos momentos inconexos y carentes de la fuerza que requieren este tipo de títulos épicos. Las panorámicas desde y hacia el espacio no acaban de cuajar. Hasta aquí los puntos débiles, con los que muchos han tratado de hacer escarnio del mayor talento del cine español.

Pese a las imperfecciones, Ágora supone un hito en la carrera de Amenábar por la envergadura del proyecto, por la solvencia con que lo saca adelante. Quizás no sea un título inolvidable, pero sí una notable película. A su capacidad para trasladarnos a la mítica Alejandría, se unen magníficas escenas de acción que nos descubren facultades desconocidas y sobresalientes del director. Y ante todo Ágora es una muestra de la valentía y personalidad de un creador que no se deja seducir por el presupuesto y nos enseña un personaje inédito, una científica que sólo conoce el amor por al ciencia, que en ningún momento flaquea en su intención pese a la devoción que causa en los hombres. Un riesgo difícilmente entendido por muchos, nada convencional. Y menos cuando además aprovecha la ocasión para realizar una feroz crítica de las religiones, destacando su brutalidad y fiereza contra los no adeptos.

Protagoniza una de las mejores actrices del panorama mundial, Rachel Weisz. Quien sorprendiera a propios y extraños con su fascinante papel femme fatal en My blueberry nights, se transforma en Hypatia, a la que aporta credibilidad, belleza solemne y muchos matices. Espléndida. Del resto del reparto destaca el joven Max Minghella, que dota a su personaje de la virulencia y viscelaridad necesaria.  

Ágora es, en resumen, una notable película, con carencias, pero que seduce por su maestría en la recreación, por una Hypatia a cargo de Rachel Weisz apabullante. Por brillantes escenas de acción y también por el riesgo y valentía de su director, que nos hace reflexionar sobre religión y fanatismo. 

Amenábar es, a mi entender, el mayor valor del cine español, un director de mucho talento. Sin embargo, el que fuera paladín de nuestra industria parece haber excedido el nivel adecuado para muchos, su capacidad para reunir tras de él y sus proyectos a tantos, no está bien vista. Rodar en inglés, en Malta y mirando de tú a tú a Hollywood es demasiado para nuestro decadente cine, produciendo un injusto rechazo. Almodóvar ya vive en esa exclusión hace tiempo.

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