Meses atrás comenté las malas sensaciones que nos transmitía la T6 de Anatomía de Grey, de la que sólo se salvaban momentos muy concretos, que nos llevaron incluso a plantearnos dejar de verla. Sensaciones que ya venían de la T5.
No me queda duda de que los creadores de la serie detectaron la situación y tomaron cartas en el asunto. El primer paso fue un final de T6 dramático, agónico pero realmente intenso, un aspecto que la serie debía recuperar.
La T7 ha sabido sacar partido de la situación extrema vivida en el hospital para armar una temporada en la que se han recuperado la mayoría de virtudes de la serie... ritmo, vigor, emociones... Y también se han tomado riesgos valientes como el episodio “documental” o el “musical”. No obstante, se mantienen ciertos vicios propios como las continuas idas y venidas amorosas entre los protagonistas (agotando el número de combinaciones) o la manipulación descarada del personaje de Karev según conviene...
En definitiva, pese a las debilidades inherentes a las series de largo recorrido, la T7 ha servido para recuperar un producto que parecía agotado, devolviéndole el ritmo y emotividad que caracterizaron a Anatomía de Grey. Esperaremos la T8...
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