Hay muchos temas manidos, géneros donde parece difícil encontrar nuevas vías, historias con las que construir un producto reseñable. Éste es el desafío que se plantea Un profeta, un drama carcelario francés que se propone una vuelta de tuerca a algo que hemos visto muchas veces.
Para ello, el film apuesta por un planteamiento crudo y visceral, que trata de desentrañar las penurias y duras realidades de las cárceles francesas, donde los clanes, corrupción y drogas son el pan nuestro de cada día. Un relato pausado, cruel y con tintes surrealistas, que ha recabado el aplauso de la critica.
Buena parte de este resultado recae sobre los hombros de Tahar Rahim, que consigue una notable interpretación como el preso que se hace a sí mismo dentro de la cárcel.
Pese a todo lo anterior, la solidez de la película se resiente ante la falta de intensidad y una cierta frialdad que alejan al espectador. El ritmo lento y el excesivo metraje tampoco ayudan.
En definitiva, un profeta es buen cine, imperfecto, pero logrado, eso sí, cine sin paliativos, descarnado, plagado de crueldad y por tanto sólo apto para espectadores que gusten de este tipo de relatos.
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