En esta época en que se habla tanto de productividad, en los que se reclama un cambio de modelo, una apuesta por el I+D, no puedo evitar pensar que estamos muy lejos de tener consciencia de la importancia de la tecnología como motor de la economía y la sociedad.
Corren tiempos difíciles para las empresas, el consumo anda en mínimos y el crédito, público o privado, escasea. Es una realidad que no podemos obviar y debemos tener presente. Motivo por el cual es comprensible y exigible que las compañías minimicen los gastos, racionalizando la forma en que gastan el dinero. Es el momento idóneo para revisar conceptos desde cero, plantearse dónde va el dinero y ver cómo ajustar ese coste. Políticas de reducción del gasto eléctrico, consumo de agua,… Hasta aquí estamos de acuerdo. Por mucho que nos pueda incomodar en alguna ocasión este adiós al dispendio, es un ejercicio en beneficio de la empresa pero también de los empleados.
Ahora bien, no podemos englobar dentro de este marco a la tecnología. Recientemente Bernardo Hernández en su post “soy yo o algo tocho está a la vuelta de la esquina”, tras mostrarnos cómo Internet y los gadgets nos están cambiando la vida, sentenciaba: “Nunca la diferencia entre los que se adapten a las nuevas tecnologías y los que no será tan grande y con consecuencias tan importantes como ahora.” Y tiene mucha razón.
El futuro viene marcado por la tecnología, hay muchos ejemplos. La popularidad de Google y sus servicios, la moda Twitter, el imperio de un chaval desgarbado de nombre Facebook o el impacto mundial de los gadgets del genio Steve Jobs (iPod, iPhone, iPad,…). La gente lo sabe y lo asimila con cierta facilidad, quién no tiene un iPod, está metido en Facebook o en Spotify, la nueva sensación. Por no hablar de la cada vez mayor difusión de los smartphones, con el iPhone a la cabeza. Rápidamente como usuarios asimilamos todo aquello que nos facilita la vida, nos comunica con el mundo.
Sin embargo, las empresas parecen no darse cuenta de todo lo que está pasando. Bernardo insiste en el tema en “Mi jefe no se entera”. Para enmarcar el siguiente párrafo: “La velocidad con la que los cambios tecnológicos se están incorporando a nuestras vidas tiene una doble peculiaridad sobre la que debemos reflexionar. Por una parte tardamos muy poco como usuarios en acostumbrarnos a estos cambios y a hacerlos parte natural de nuestras vidas. Por otra parte contrasta esta facilidad con la que los consumidores asumimos estos cambios, con la dificultad de incorporar estas mejoras tecnológicas a los modelos de negocio y los entornos empresariales: muchas oficinas tienen ordenadores de más de 3 años con conexiones limitadas a internet . Pero el problema más importante en esta disparidad entre consumidores y corporaciones, no es el espacio que les separa en el estado de adaptación a las nuevas tecnología, sino la incapacidad de los equipos directivos de las empresas para tomar decisiones que corrijan esta situación.”
Es una pena pero las compañías todavía asocian la renovación de PCs con una inversión más. Piensan que los smartphones (iPhone, Blackberrys y similares) son una distinción jerárquica, una manera de aclarar quién es jefe y quién no. El correo sigue siendo un recurso de tamaño muy limitado. La mensajería instantánea se acerca a una realidad cuando ya nadie habla de ella y el microblogging corporativo es una quimera. La comunicación con el empleado se fundamenta en el mail (y lo que queda), el potencial del blog es desconocido. La presencia de las empresas en las redes sociales, testimonial, una cuestión de imagen.
Mal vamos.
Mal vamos si las empresas no asumen la necesidad de incorporar la tecnología a su imagen de marca. No con una simple presencia, sino realmente con una apuesta decidida por la participación en redes sociales y herramientas de microblogging,… Con ello conseguirán que nosotros los usuarios percibamos una imagen actual y moderna de una determinada compañía.
Mal vamos si las empresas no se suben al carro de la innovación tecnológica. Si no invierten en mejorar procesos y ahorrar costes mediante los nuevos medios que la tecnología pone a nuestros pies, no contra ella. Más aún, mal vamos si no invierten en nuevos servicios con los que revolucionar el mercado y ganar ventajas competitivas.
Y por último, mal vamos si la tecnología en manos del empleado se asocia a coste, a sospecha de mala utilización. Síntomas de una organización temerosa, que duda de sus capacidades para motivar al equipo, de que éste se suba al carro de los objetivos marcados. Bien iremos cuando nuestros jefes sepan ver en la tecnología la forma de agilizar nuestro trabajo, mejorar la forma que nos relacionamos con compañeros y clientes. Bien iremos cuando nuestros jefes sepan ver que en la tecnología está el camino hacia la productividad.
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