El director de El indomable Will Hunting, Gus Van Sant, volvió a la senda del buen cine con Mi nombre es Harvey Milk, biopic sobre el activista y político que encabezó el movimiento gay desde San Francisco.
Van Sant revive con acierto el ambiente de los 70, y en concreto, la atmósfera liberadora que llevo al colectivo gay a luchar por sus derechos, y para ello se centra en la figura de Milk, cuyo desgraciado final, tras años de contiendas sociales y políticas en favor de su causa, le convirtió en emblema de esta lucha.
Pese a un inicio acelerado e inconexo, el film coge ritmo poco a poco, viéndose con facilidad. Sin embargo no hay duda de que estamos ante un film correcto, pero no grande. La historia merece la pena, hay mimbres y un gran actor, un Sean Penn en estado de gracia que alcanzó el Oscar, pero faltan cosas. Faltan en el relato emociones, intensidad, el espectador no consigue vibrar, hay cierta lejanía en la narración que sólo se pierde en el tramo final. Un guión que además se centra exclusivamente en la figura de Milk, olvidándose del resto de figuras a su alrededor y que resta consistencia al resultado final.
Buena película, que no notable, en la que resaltan el personaje y el intérprete, el gran Sean Penn.
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